lunes, 24 de octubre de 2011

Bar Blue

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Ella sentada en el bar de siempre; al frente el tipo de aquella noche. Sobre la mesa un par de cervezas y algunos cigarrillos. El lugar era pequeño, más pequeño por estar lleno de humo; el piso manchado con alcohol y las servilletas pegadas a él; la música sonaba tan fuerte que no dejaba escuchar.

El tipo se acercaba a ella para hablarle al oído, ella no prestaba atención. Aquel gesto sensual se convertía en algo repulsivo. Su cara sucia, demacrada, los ojos cerrados y la boca bien abierta; le gritaba en su cara palabras calientes. Su aliento repugnante parecía ser en lo único que se podía concentrar.

Cuando él acercaba sus manos a su rostro, ella lo alejaba con empujones. A lo que él reaccionaba con excitación, y volvía una y otra vez. Sentía lo áspero de sus manos sobre su cara, sobre su piel, como si aquella sensación recorriera todo su cuerpo. Se imaginaba esas manos inmundas recorriéndola, tocándola. Sin cuidado, sin pasión, sólo con el ímpetu de la penetración.

La gente a su alrededor miraba la escena con gracia. Reían señalando con el dedo cómo aquel hombre se tiraba sobre ella; bailaba sin ritmo alguno, mientras se metía la mano al pantalón haciendo de aquello algo aún más obsceno. Ella respiraba hondo, respiraba esa mezcla de olores del lugar. Sentía que le costaba respirar. El hombre pasaba la lengua por sus labios como incitándola a algo más. Ella ya no quería ni imaginar.

De pronto su vista se desvía hacia el muchacho de la mesa siguiente. Piensa en lo atractivo que es, lo piensa tanto que el joven termina volteando hacia ella y le responde con una sonrisa coqueta. La muchacha baja la cabeza tímidamente, pero el sujeto que tenía en frente se acerca y con brutalidad le levanta el rostro. Ella vuelve a mirar al joven de la otra mesa, pero él ya no miraba. Reía junto a su amigo. Le gustaba su pelo desordenado, de un negro intenso. Sus ojos aún más negros, perfectos para su níveo rostro. Sus rasgos perfectamente delineados, sutiles y delicados. De cuando en cuando volteaba su rostro para mirarla, sonreía mostrando una fila de dientes blancos y ordenados, se mordía su labio inferior para volver a fijar la vista en su vaso. Pensó en ese gesto, tan sólo ese gesto que el tipo frente a ella convertía en algo tan grotesco.

Se paró (sin saber bien porqué o para qué) y el borracho que tenía en frente aprovechó la situación para tomarla de la cintura y comenzar a bailar. Intentó alejarse de él, pero su fuerza era muchísimo menor. Finalmente decidió dejarse llevar, evitando un contacto muy cercano. Daba vueltas para mirar cuando pudiese al tipo de la otra mesa. Él esta vez parecía no quitarle los ojos de encima. Con el vaso en la mano y pegado a la boca bebía tragos pequeños, mientras la miraba sin descanso. Ella bajaba y subía la vista, haciéndole nota la atracción que sentía por él. Su cuerpo se movía distinto, esta vez más seductor, sabía cómo moverse para provocar. Intentaba soltarse de su acompañante; sus caderas, sus manos, sus hombros, todo su cuerpo se movía al ritmo de una música todavía más fascinante que la que sonaba. Sus manos se mezclaban en su cabello, desordenándolo, como sólo una mujer sabía hacer. Con su lengua mojaba sus labios, para acabar mordiéndolos. Para su sorpresa, el joven de la mesa hacía lo mismo. Pasaba sus manos lentamente por su cuello, bajaba por el costado de sus pechos, para llegar a la cintura. Ahí se instalaban, mientras ésta se mecía de un lado a otro. El joven le correspondía agitando el cuello de su camisa, pasando la mano por su frente indicando el sudor. Ella se acercaba cada vez más a él, mientras el tipo que bailaba a su lado parecía hacer cualquier cosa menos notarlo. Ella jugaba con su mirada, con su sonrisa, con cada gesto, cada centímetro de su cuerpo. El joven simplemente no le sacaba la vista de encima, muy por el contrario, esta vez sus ojos se cargaban de erotismo. La miraba lascivamente, y ella se dejaba atrapar por la lujuria. La canción llegaba a su final mientras ellos mantenían el silencio, la complicidad de sus rostros.

La atracción de lo mundano se transformó en lo carnal, el deseo pleno por conquistar al otro. Y que la conquista acabara en el placer de atraparse, del modo que sea, pero sin dejarse ir. La canción se detuvo y la muchacha se paró frente a él, mirándolo directo a los ojos, esperando su respuesta.

Él tomó el último sorbo del vaso, lo dejó sobre la mesa, y le dio le espalda para comenzar una conversación con el chico que estaba a su lado. Ella volteó la cara y se encontró con el mismo borracho de antes. Con sus manos la agarro por la cintura y la llevó hasta la mesa. Ella se apoyó sobre la pared que estaba a sus espaldas, encendió un cigarrillo y volvió a mirar el vacío, mientras aquel sujeto intentaba decirle algo al oído.




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Tras la pena

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Es la rabia, el odio, los sentimientos negros. Es sentirte perdida; como si algo hubiese dejado de funcionar. Y todo va demasiado rápido, mis pensamientos van acelerados y todos hablan de eso; eso que no me atrevo a pronunciar. Pero algo anda mal, algo no calza. Mis ojos parecen cansados, mis párpados se vuelven pesados, mi respiración parecen continuos gritos de ahogo: me estoy asfixiando. Mi boca permanece sellada; no tengo nada [más] que decir. Mi cabeza parece no encajar en este mundo que se adormece. Las cosas parecen avanzar más lento; no me alcanzo.

Y pensé que pasó mucho, o quizá que yo había esperado demasiado. Pero fueron sólo un par de horas de sensaciones. Y odio, y rencor, y rabia, y pena, y frustración, y desesperación. Y pienso que necesito ayuda, pero luego me entristece pensar que no puedo sola. ¿Qué fue lo que pasó aquí? ¿Qué parte de mí se rompió?

Te digo que no quiero que aparezcas. Le pido a ese ser [¿Todo-poderoso?] que me ayude a que no aparezcas. Pero mis ruegos se lanzan al campo de batalla a luchar. Yo lucho. Porque quiero que aparezcas. Porque necesito más de esto.

He perdido el control. Y no se si lloro de rabia o de pena. Y no se si tengo más ganas de matarme o de matarte. Tengo ganas de matar. Porque ¡mierda! ; Sólo eso, mierda. Creo que me dieron muy poco de lo bueno, creo que era obvio este final, creo que era lógico lo trágico; y sólo era cosa de tiempo, de esperar. Pero no. Maldito eres, maldito ser [Nada-tienes-de-poderoso].

Y me niego a permanecer en blanco, me niego a pensar en negro. Me niego a concentrarme en esta pena, me niego a que dejes de aparecer. A que sigas apareciendo en mi cabeza cuando hace rato que te fuiste de… cuando te fuiste a…

Mierda [otra vez]. No me olvidé de lo lindo del segundo maravilloso. Y vuelvo a creer que merecía más, que merecía algo mejor, que me corresponde lo bueno, que ya esperé demasiado, que me tocó mucho de lo malo, que ya me voy quedando seca, que se me agotan las lágrimas, que el corazón se vuelve sólo músculo, que el músculo se me va cansando, que todo está roto por dentro, que ésta pena la llevo en el alma, que necesito el consuelo del tiempo, que me basta con un abrazo amigo, que me sirven palabras de aliento, que necesito las mentiras tiernas, que me haría bien unos insultos al aire, que necesito un poco de protección, que me hace falta un buen mapa… porque me he ido olvidando de las cosas.

Me he ido olvidando de qué se hace con tanta mierda. Me he olvidando cómo es sentirse conforme. Me fui olvidando que de pronto vienen cosas buenas. Me fui olvidando de cómo se siente estar feliz.

Y la esperanza de la felicidad se me fue de las manos. Será porque no me encuentro mis manos. No me encuentro las piernas. No me siento el cuello que afirma mi cabeza. Se me ha caído la cabeza. No sé donde se me fueron los pensamientos. Se me perdieron con los sentimientos. Me ha quedado sólo el polvo. El polvo de las veces que pisotearon mi corazón. Creo que me he ido rompiendo. Desde hace varias horas que me estoy rompiendo. Y al final soy sólo palabras. Y sólo me queda una cosa por decir.


[Me fui olvidando de cómo escribir]



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lunes, 19 de septiembre de 2011

Averno

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No supe cómo llegué allí, pero me encontraba bajando por una estrecha escalera en forma de espiral. No necesité llevar mis manos a mis ojos; se abrían y cerraban como dos luces intermitentes. Un grupo de gente se hallaba reunida frente a lo que parecía ser un escenario. Mujeres moviéndose con gran frenesí; algunas con cuerpos semi desnudos, otras con ropajes ajustados. Sin embargo todas estaban perfectamente maquilladas; pestañas postizas, colorete en las mejillas, labios aumentados con colores fuertes y peinados de dos o tres pisos. Sus zapatos de tacones danzaban al ritmo de la música. Sus brazos se serpenteaban cómo el suave aleteo de un ave, pero esta vez cargado de erotismo. Un enano se encontraba en la entrada, vestido de traje y con bastón en mano, los invitaba a lo que sería el gran show. Las mujeres de cuerpos más gruesos y exuberantes pechos se encargaban de atender las mesas de los distinguidos señores, mientras el resto bailaba alrededor. Sobre el escenario una banda: hombres vestidos de mujeres, con pelucas, relleno y mallas de colores. Al centro un espacio vacío.

Me dirigí hacía las primeras mesas y tomé asiento frente al escenario. El lugar se volvió penumbras y una tenue luz dorada iluminó el centro del escenario. Nadie sabía su nombre, pero todos conocían su cuerpo. Su nombre lo escogía el comprador. Su menudo cuerpo, de armoniosas curvas; les dejaba a otras la vulgaridad. Su nívea piel, tan brillante y tan suave. Ese collar de perlas que alguna vez alguien lamió. Un traje negro, ajustado, dejando sólo sus muslos al descubierto. Y sus cabellos rojizos, cayendo sobre sus hombros y deslizándose por su espalda. Se movían al ritmo de su cuerpo, al ritmo lento que le daba esa apariencia elegante. Su rostro era, en definitiva, el rostro de todas. El rostro de la puta mentirosa, el rostro de la traicionera que se ofrece al mejor postor.

Mis pies, moviéndose por sí solos, avanzaron temerosos. Me detuve bajo su cuerpo, mis ojos fijos bajo sus ojos. Del fondo salió un bailarín y rápidamente la tomó con fuerza, entre sus brazos y con sus sucios dedos le arrancó las perlas de su cuello. Una a una cayeron sobre mi rostro, golpeándome, golpeándome cientos de veces. Sus brazos rodearon el cuello de él, sus piernas se mezclaron brutalmente con las suyas. Su boca; grande, carnosa y de color rubí, ahora no era su boca sino la de él. Manchada, obscena, indecente. La boca de adán.

Grité con desesperación, pero la música opacó cualquier sonido. Y sonó tan fuerte, cada vez más fuerte. Los gritos salieron de mi garganta, de mi estómago, de mi corazón. Grité para captar su atención; pero ella no escuchaba. Él la tenía y ella no escuchaba. Le ordené sacara las manos de su cuerpo. Le imploré que sus ojos ya no vieran los de él. Lloré, descontroladamente, porque su boca no tocara la de otro. Hasta que de pronto, la música paró. Y ella, en el suelo, me miró con aquella expresión indescifrable.

Con un solo grito, largo y eterno, dije: “¡Ella es mía!”.

Una lágrima resbaló por su mejilla. Y yo le dije: mentirosa, mentirosa, puta mentirosa. De mi bolsillo saqué todo el dinero y lo lancé con fuerza hacia su rostro. Es una mentirosa, una simple mentirosa. Porque ella me pertenecía, porque yo le escogí un nombre. Como una fotografía, nadie se movió a mí alrededor. Y no había música, ni gente bailando, ni colores ni alegrías.

Caminé rápido, mis piernas cada vez cobraban más velocidad. Corrí para salir del lugar, corrí empujando todo en mi camino. Abrí las puertas de par en par y salí de ese maldito lugar. Corrí sin rumbo fijo, mientras me alejé del puterío, del cabaret “Averno”.







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sábado, 13 de agosto de 2011

A esperar

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Estaba triste, tan triste como se puede estar. Salió y tomó asiento en la acera; los autos, la gente, producían sonidos del ir y venir de la vida. Pero él no escuchaba nada, Lunes estaba cerrado.

Extrañaba a Martes, extrañaba despertar a su lado las noches de invierno, sentir su aroma, ver los detalles de su rostro, oír su voz y nada más que su voz. Alzar los brazos y sentir a Martes, pero por única vez sin tener que pensar en Miércoles.

Esa voz sensual, aterciopelada. Aquel cuerpo exquisito, deslumbrante; la suave piel que sus manos conocían tan bien; besar cada rincón que llevaba su nombre. Pero Miércoles ahora tenía otro aroma, otro cuerpo, otra boca con otros besos. Miércoles dejó de ser Miércoles desde que se entregó a Jueves.

Y allí comenzó el juego brutal, insolente, de ser otro para no ser él mismo. Cambiar de vida y jugar a la felicidad, mientras Lunes se hacía mil pedazos. Y todas las mentiras que se juntan y todo el daño que está hecho; consumen, devoran, conspiran en su contra.

Viernes, Sábado y Domingo completan la última escena; llegan al consuelo. A ese momento solemne de juntar pieza por pieza y construir otro Lunes. Armar el rompecabezas del delirio, del dolor, del d...

Pero Lunes ya no está. Se pueden juntar sus partes pero Lunes se fue, murió, no está. Y es así como Lunes llora sin consuelo. Lunes se arranca el corazón con las manos. Lunes se encuentra herido y Lunes vuelve a llorar. Lunes sostiene su corazón roto y lo guarda en su zapato. Lunes lo pisa sin descanso hasta finalmente olvidarse de él.

Lunes se sienta en la acera contraria a la felicidad. Se sienta, pero esta vez a esperar.





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viernes, 29 de julio de 2011

I wanna fall in love

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Esta noche hablare de ti y hablare de mí.

No hay escenario, no hay ni tiempo ni apuros. Nos hemos mirado toda la noche; tú, desde un rincón mientras bailabas; yo, desde la barra practicando la indiferencia. Un sitio pequeño repleto de humos de todo tipo. Todo de negro, lóbrego que produce claustrofobia. Una tenue luz carmesí ilumina las cortinas de terciopelo rojo que ocultan encuentros amorosos. Sexo. Tu cuerpo se mueve al ritmo de la música, movimientos precisos para llamar mi atención. Pretendes que no te vea, intentas concentrarte en lo que dice el sujeto que tienes en frente, pero tu mente ha comenzado a jugar con la mía. Me has entregado tus pensamientos; el permiso excepcional para que sea yo y sólo yo quien te produzca placer. Te miro lascivamente, como mi presa de esta noche. Mis ojos se posan en ti y te declaran mi nueva víctima; tú, sumisa ante tal decisión te entregas por completo. Desde ese momento me perteneces. Dejo mi copa sobre la barra y me meto en la pista, comenzando a bailar. Mi cuerpo se siente caliente, un exquisito ardor recorre mis entrañas y mi corazón me advierte que está fuera de control. Mis manos recorren sutilmente mi cuerpo, lo rozan con delicadeza a lo que respondo con pequeños temblores de satisfacción. Mi cabeza da vueltas una y otra vez, mi cabello despeinado se pega en mi frente sudorosa. Cierro los ojos para sentir mejor, para sentirte sólo un poco más cerca. Unas manos se enredan en mi cintura, capturándola. Abro los ojos despacio, sin mucho asombro, y tu rostro se aparece frente a mí. Me susurras palabras al oído que no puedo comprender, a pesar de aquello tu voz suena preciosa. Me deleito escuchando; aterciopelada, cálida, excitante. Poco a poco me acerco hasta tu cuello, lo rozo con mi respiración hasta llegar a tu oreja. La lamo con precaución, la muerdo lentamente hasta que reaparece la posición de presa y cazador. Mis brazos se cruzan por tu nuca y con la punta de mi lengua jugueteo con tus finos labios. Sonríes, complacida. Sonríes, seduciéndome, provocándome. Todo mi cuerpo se adormece, volviéndose torpe e inútil. Tu cuerpo se mueve al ritmo del mío, parece que nos conocernos bien, parece que compartimos incluso la temperatura corporal. Sentir tu piel tibia, observar tus ojos cerrados y tu cabeza inclinada levemente hacia atrás provoca que, inconcientemente, muerda mi labio inferior. Finalmente mis manos se cruzan por tu cabello, mientras mi boca parece devorar la tuya. El beso cobra gran velocidad y mi lengua comienza rápidamente a mezclarse con la tuya. Te presiono más contra mí, te presiono por si te escapas, por si intentas huir. Mis uñas se entierran en tu espalda, las clavo con fuerza en un perfecto arañazo. Cada vez te beso más fuerte, ahogándome con cada beso. No doy ni tiempos ni pausas, sólo me entrego en la furia de mi propio deseo. Encantada, desbocada, enloquecida.

Aquella noche fuiste el amor de mi vida, mi amante, la mujerzuela que me dio un buen sexo. Esa noche fuiste. Y hoy no eres nada.





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miércoles, 20 de julio de 2011

Sideral

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En la oscuridad de mi habitación. Mi cuerpo sobre la cama; inerte, indolente. Cierro los ojos y aparecen figuras, formas que cobran sentido con el pasar de los minutos.

Estoy al borde de un precipicio, tan al borde que de pronto pienso en saltar. Tan al borde que mi cuerpo se tambalea. Mis músculos terminan aflojando, ceden poco a poco. Insegura, intento apoyar mis pies descalzos cerca de la orilla. Inestable, se siente frió, áspero, levemente empinado.
Estiro mis brazos a cada lado de mi cuerpo; quiero volar. El viento choca con fuerza contra mi cara; revuelve mis cabellos mezclándolos unos con otros, obstruyendo (me). Mantengo los ojos cerrados; inspiro con dificultad, expiro tranquila, serena.
Mi corazón se acelera; imprudente, se agita hasta sentirlo en mis oídos. Comienzo a sentir el sabor amargo en mi boca. Sabor a cigarrillo, seca mis labios.
Aleteo con los brazos extendidos. Inspirar se vuelve doloroso, el frío hiere los orificios de mi nariz. El aire sale de mi boca, mientras una o dos lágrimas resbalan por mis mejillas. Mis manos tiemblan; pero mis manos siempre tiemblan.
En un instante, todo se mueve. Y las luces de colores se revuelcan como dos cuerpos entre las sábanas; las voces se vuelven fuertes, muy fuertes y cada vez más fuerte que no (te) escucho más; interferencia de emociones; corte. Hago cortocircuito.
Cuento hasta tres. Uno, dos, tres.
Mi cuerpo choca contra el pavimento.

Despierto.





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sábado, 16 de julio de 2011

Des-ilusión

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Y por un momento todas las ilusiones se vinieron abajo. Y la chica sufrió. Una lágrima se asomaba por el rabillo del ojo, el mentón le temblaba por controlar el llanto; y una pena. El dolor de su corazón. Intentó desviar la vista; ignorar de ese modo al sentimiento absurdo que la invadía. Ignorar la situación hasta llegar al punto de ignorarlo a él. Que todo pareciera una fotografía que perdió su enfoque, una imagen borrosa que con el tiempo se convertiría en un recuerdo distante. Pero la boca se le secaba, el nudo en la garganta crecía con los minutos. Y nuevamente se escapaba otra lágrima que ocultaba con movimientos tiernos. Sonreía, disfrazando aquel dolor sin nombre. Así lo llamó, más tarde. El dolor no reconocido, que nunca nadie se atrevió ni quiso identificar. Fue la joven perdida. Y de pronto, quizás, pensó que aquella escena era el resumen de su vida: el castillo de arena se desmoronaba con el viento. ¡Y cómo cuesta volver a juntar tantos granitos!, pensó. Sin embargo, lo más difícil sería juntar las ilusiones; juntarse ella. Cuando el desamor te destruye en mil pedazos.


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